viernes, diciembre 24, 2010

La policía, esta vez de verdad, vela por nosotros

Otra divertida historia de burocracia, extorsión y espíritu navideño ambientada en un gris mundo preapocalíptico.

DÍA 1 Los vientos del cambio susurran mi nombre

La historia que paso a relataros comienza con una inflamación gonadil ante los abusivos abusos de nuestra querida Telefónica. Inflamación que provocó mi inquietud y búsqueda de operadores alternativos para que hagan usufructo de mi, ya bastante maltratado por Telefónica, recto. El caso es que me dejo seducir por Yoigo y firmo mi portabilidad. Previamente me informan de que sigo siendo propiedad de Telefónica durante diez días más y yo acepto, por supuesto; no me gustan las despedidas breves. Una vez autorizada la portabilidad me voy a una tienda de la compañía del demonio y hago una última recarga para usar estos diez días de despedida. ¡Comienza la aventura!

Unas horas después de hacer la recarga mi móvil deja de funcionar. ¿Casualidad? Puede. Me dirijo a casa y pruebo con otro móvil y al ver que tampoco funciona infiero que el problema es de mi tarjeta. Ya es tarde y decido irme a dormir para mañana solucionarlo.


DÍA 2 Batalla de las excusas interminables

Me levanto lleno de optimismo y alegría, convencido de que todos los problemas tienen solución. Llamo a Telefónica (caca) y me dicen que como cliente puedo acercarme a cualquier tienda Movistar y pedir un duplicado de la tarjeta con un precio que oscilará entre 0 y 5€, según tienda. ¡A ello que voy!

*Cortinilla de estrella*

En la tienda la dependienta procede a duplicarme la tarjeta, pero la centralita no la deja por misteriosos motivos. Le expongo mi historia y la muchacha hace piña conmigo y me dice que llame desde la propia tienda a Telefónica. Llamo y muy amablemente me explican que, a pesar de seguir siendo cliente de Telefónica, como voy a cambiar de compañía no me hacen el duplicado (curioso, a pesar de que ya había firmado la portabilidad, SÍ aceptaron mi recarga de saldo). Yo digo que sigo siendo cliente de la compañia y tengo derecho a mi duplicado como cliente. Tras meditar con entes superiores, el comercial me comenta que o:
a) Cancelo la portabilidad, puedo hacer mi duplicado y siguen practicando el Medievo con mi culo en Telefónica
b) Siga como estoy y Telefónica se queda gentilmente con mi dinero.

Pruebo a llamar a varios números diferentes y en todos me dan la misma directriz. Cancela la portabilidad o nos quedamos tu dinero.


DÍA 3 Armado y furibundo en la sede de Telefónica

Amanece y me levanto alegre, optimista y lleno de ira homicida. ¡Esto no puede quedar así! ¡Este ultraje sólo se lava con sangre! Hoy llevaré la lucha a su casa. Me presento en la sede de Telefónica (la cual tuve que andar buscando por Murcia porque en la información de Telefónica no tienen acceso a esos datos).

Un edificio de obscena arquitectura se yergue en mitad de San Antón. El olor a desechos humanos y putrefacción te golpea nada más entrar mientras un frío que evoca un terror ancestral te hiela el corazón. Pero mi ánimo es ardiente y la verdad está de mi lado. ¡Vamos allá! El portero, un hombre curtido en el desprecio al cliente y en la humillación del penitente, me mira con sus ojos vacíos y me dice que allí no hay hojas de reclamaciones, que si algún apego tengo a mi alma vuelva por donde he venido y nunca cuente lo que allí he visto. Yo respondo, con miel en los labios, que eso que él me dice es imposible por ilegal y diciendo esto cojo el pomo de la puerta haciendo amago de entrar.

"¡NO.... PUEDES... PASAR!"

¿Qué? ¿Pero cómo me dice eso? Como si un servidor fuese un Balrog cualquiera en el puente de Khazad-Dûm. Salgo frustrado del edificio mientras el portero me dedica un "Feliz Navidad" en una sonrisa con más risa que son.

En la calle me encuentro con un agente de la policía local hablando por el móvil. Lo bueno es que estaba hablando con Orange para que le devolvieran unos dineros que se habían cobrado sin motivo. Genial. Voy y le digo:

"Agente, necesito su ayuda. He ido a Telefónica, sita aquí al lado, y me han denegado una hoja de reclamación. La quiero porque me han bloqueado la tarjeta y se han quedado con mi saldo"

"¿Qué? No pueden hacer eso. Vamos, ve tu delante. Tendrás tu hoja de reclamaciones."

Así que vuelvo al edificio seguido de mi nuevo héroe. Nada más entrar al portero se le queda la cara congelada en un rictus de asombro y empieza a excusar (acá por estos lares, pirulear) de la misma manera que hizo conmigo pero bastante más inseguro. Nunca he visto tanto tic de golpe. Pero el agente legendario no se deja amilanar y le dice que el portero no tiene autoridad para tratar eso y que va a entrar al edificio, a lo cual se niega el portero entre tics y tembleques. El agente le pide amablemente al portero que salga alguien de las oficinas mientras tamborilea los dedos en la cartuchera de su arma y esgrime en su cara una media sonrisa bastante acuciante. A estas alturas yo ya pensaba que iba a decirme algo en plan "¿Sabes usar esto? Vamos a entrar. Apunta a la cabeza o no les harás nada", pero entró en escena un ente más malvado y poderoso que el portero... ¡el director! Con su locuacidad ha intentado convencernos de que no es en la sede de la compañía donde dan las hojas de reclamaciones sino en las múltiples y diversas tiendas Movistar. Yo argumento que la reclamación es contra la compañia, no contra una tienducha cualquiera. Pero el agente me toca en el hombro y dice, mirando a los ojos del director: "Estos van a intentar seguir mareándote. Tienes que ir a un par de tiendas y cuando veas en efecto que no te dan la hoja de reclamaciones ven a comisaría y denúncialos." Y eso haré... eso haré.

¿Alguien me vende un arma?

miércoles, diciembre 15, 2010

Crisistunidad

Me gustaría llamaros la atención, incondicionales seguidores de este blog en sus múltiples, variadas y arcaicas actualizaciones, sobre los cambios que a toda prisa están sucediendo en el mundo ante la descorazonada actitud de todos nosotros, gente de a pie.

La crisis se veía venir. Ha pasado otras veces en la historia y por cosas más ridículas. Allá por el siglo XVII, creo recordar, hubo algo similar a lo que ha pasado con la vivienda en España pero con los tulipanes. Se llegaron a pagar auténticas fortunas por una ridícula flor. Y cuando los que empezaron a rodar la bola habían ganado bastante con la especulación rompieron la baraja y recogieron beneficios, dejando en la miseria e hipotecados a varios miles de pánfilos emprendedores neerlandeses. Este suceso económico, al igual que el de la actualidad, provoca un profundo sesgo a la clase media.

Mientras medio "primer mundo" (las comillas son porque odio este término) está hipotecado, los que no han caído de su estatus de clase media luchan por mantenerse y los que han bajado luchan por mantenerlo. En lenguaje coloquial, cada uno intenta salvar su culo sin preocuparse de lo que pasa alrededor. Esta situación resulta ser el contexto perfecto para que los gobiernos empiecen a promulgar leyes para radicalizar más este cambio. Una de las medidas que más me hace chirriar los dientes es la subida del 300% de las tasas universitarias en el Reino Unido. Y es que nos acercamos a un mundo en el que sólo los hijos de los ricos tendrán acceso a buenos trabajos. En una sociedad con una producción en serie tan avanzada, contando con una robótica que hace que la mano del hombre no sea tan necesaria en la gran industria, no hay tanto trabajo básico para una clase media-baja, baja tan extensa como se presenta, ergo sobra gente.

Pero esto último tiene solución, muy lógica. Recientemente los alimentos han entrado en el juego de la bolsa. Esto genera la divertida situación de que mientras miles de familias pasan hambre porque su alimento básico ha triplicado su precio un señor en Kansas guarda toda su producción de trigo en un granero a la espera de que aumenten más los precios. ¿Llegaremos a pagar por el aire? ¿Qué gloria os reporta, pequeños especuladores, entrar en este macabro juego?

Y mientras tanto la gente utiliza las nuevas formas de comunicación, penúltima esperanza nuestra, para mandarse invitaciones a su granja virtual. Me asusta haber sido invitado a miles de grupos en el Facebook y que ninguno se llame "No quiero que especulen con la comida", "Contra la esclavitud consentida de las hipotecas" o similares. La batalla está perdida en la televisión, en los periódicos y en la política. Y vamos perdiendo en internet.

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