La policía, esta vez de verdad, vela por nosotros
Otra divertida historia de burocracia, extorsión y espíritu navideño ambientada en un gris mundo preapocalíptico.
DÍA 1 Los vientos del cambio susurran mi nombre
La historia que paso a relataros comienza con una inflamación gonadil ante los abusivos abusos de nuestra querida Telefónica. Inflamación que provocó mi inquietud y búsqueda de operadores alternativos para que hagan usufructo de mi, ya bastante maltratado por Telefónica, recto. El caso es que me dejo seducir por Yoigo y firmo mi portabilidad. Previamente me informan de que sigo siendo propiedad de Telefónica durante diez días más y yo acepto, por supuesto; no me gustan las despedidas breves. Una vez autorizada la portabilidad me voy a una tienda de la compañía del demonio y hago una última recarga para usar estos diez días de despedida. ¡Comienza la aventura!
Unas horas después de hacer la recarga mi móvil deja de funcionar. ¿Casualidad? Puede. Me dirijo a casa y pruebo con otro móvil y al ver que tampoco funciona infiero que el problema es de mi tarjeta. Ya es tarde y decido irme a dormir para mañana solucionarlo.
DÍA 2 Batalla de las excusas interminables
Me levanto lleno de optimismo y alegría, convencido de que todos los problemas tienen solución. Llamo a Telefónica (caca) y me dicen que como cliente puedo acercarme a cualquier tienda Movistar y pedir un duplicado de la tarjeta con un precio que oscilará entre 0 y 5€, según tienda. ¡A ello que voy!
*Cortinilla de estrella*
En la tienda la dependienta procede a duplicarme la tarjeta, pero la centralita no la deja por misteriosos motivos. Le expongo mi historia y la muchacha hace piña conmigo y me dice que llame desde la propia tienda a Telefónica. Llamo y muy amablemente me explican que, a pesar de seguir siendo cliente de Telefónica, como voy a cambiar de compañía no me hacen el duplicado (curioso, a pesar de que ya había firmado la portabilidad, SÍ aceptaron mi recarga de saldo). Yo digo que sigo siendo cliente de la compañia y tengo derecho a mi duplicado como cliente. Tras meditar con entes superiores, el comercial me comenta que o:
a) Cancelo la portabilidad, puedo hacer mi duplicado y siguen practicando el Medievo con mi culo en Telefónica
b) Siga como estoy y Telefónica se queda gentilmente con mi dinero.
Pruebo a llamar a varios números diferentes y en todos me dan la misma directriz. Cancela la portabilidad o nos quedamos tu dinero.
Amanece y me levanto alegre, optimista y lleno de ira homicida. ¡Esto no puede quedar así! ¡Este ultraje sólo se lava con sangre! Hoy llevaré la lucha a su casa. Me presento en la sede de Telefónica (la cual tuve que andar buscando por Murcia porque en la información de Telefónica no tienen acceso a esos datos).
Un edificio de obscena arquitectura se yergue en mitad de San Antón. El olor a desechos humanos y putrefacción te golpea nada más entrar mientras un frío que evoca un terror ancestral te hiela el corazón. Pero mi ánimo es ardiente y la verdad está de mi lado. ¡Vamos allá! El portero, un hombre curtido en el desprecio al cliente y en la humillación del penitente, me mira con sus ojos vacíos y me dice que allí no hay hojas de reclamaciones, que si algún apego tengo a mi alma vuelva por donde he venido y nunca cuente lo que allí he visto. Yo respondo, con miel en los labios, que eso que él me dice es imposible por ilegal y diciendo esto cojo el pomo de la puerta haciendo amago de entrar.
"¡NO.... PUEDES... PASAR!"
¿Alguien me vende un arma?