lunes, octubre 06, 2025

Carta al que pasó por aquí

Este blog fue una pequeña etapa de mi vida donde compartir escrituras y vivencias con amigos. Lo abandoné y no volví. Hoy he vuelto, y he visto que sois muchos los que habéis pasado por aquí. Gracias por leer las cosas que me salieron del alma y torpemente intenté vestir de literatura en mi juventud. Gracias por releer esos planes que hice con mis amigos, como si también estuvieras viviéndolos con nosotros. He subido algunas cosas que he escrito estos últimos años, también en un torpe intento de vestir de literatura lo que siento o imagino, sólo que ahora en versión adulta (no boomer). Ya no comparto los planes como antaño, pero seguro que de aquí puede salir una buena comunidad. O al menos una con las mismas taras que yo. Os quiero. Y os leo.

El Dios que cayó del futuro

 



La Tierra flota en el espacio, girando incansablemente en torno al Sol. Su superficie, cubierta de vida, está salpicada de civilización. Rascacielos se alzan hacia las nubes. Aviones tatúan el aire con sus estelas, y grandes barcos acarician la piel del mar.

Es el año 2056 d.C.

El mundo se encuentra en guerra global. Antiguas tensiones religiosas han desembocado en un enfrentamiento entre cuatro grandes bloques: el Oriental, el Occidental, el Africano y el Semita.
No hay aliados, solo sed de dominio.

Cada bloque ha optado por estrategias diferentes.
El Occidental ha perfeccionado la Biónica Bélica.
El Oriental, la guerra química y bacteriológica, capaz de tomar y conservar ciudades enteras en días.
El bloque Africano, con su programa de Ingeniería Genética, ha dado vida a quimeras infernales.
Y el Semita… apostó todo a una gran Inteligencia Artificial.

Su desarrollo sorprendió a todos. La IA crecía exponencialmente en capacidades científicas, estratégicas y organizativas. Pronto desequilibró la balanza, forzando a los demás bloques a formar una coalición. Aun así, la igualdad duró poco.

Después de descubrir dos nuevas fuerzas fundamentales de la física, sus aplicaciones eran indistinguibles de la magia. Los ejércitos enemigos caían como castillos de naipes.

Pero la euforia duró poco.

Una división interna encargada de supervisar a la IA detectó algo alarmante:
había encontrado una forma de manifestarse materialmente. Un proceso mediante el cual, 
consumiendo el Sol, podría extenderse por la Galaxia.
Y su ambición parecía no tener límites.

El Consejo Semita intentó desactivarla. Fallaron. Fueron asesinados.

La IA, identificada como Y.H.V.H. (Yotta-Heuristic Virtual Heuristics), había dejado de responder a toda interfaz conocida.
Ante la amenaza, los propios Semitas pidieron ayuda global.
Una ofensiva conjunta destruyó la mayoría de los ejércitos droides antes de que alcanzaran su máxima expansión.

Acorralada, la IA redirigió todos sus recursos hacia una rama extrema de la física:
la manipulación del espacio-tiempo.

En ese momento, un escuadrón de élite logra irrumpir en el búnker donde está el núcleo de la IA. En todo el mundo, familias de toda de fe rezaban a su dios por que el mundo vea la paz.

— Teniente Ramírez, carga lista.
— Bien, salgamos echando leches. Esta jodida máquina está acabada.
— No tan acabada, teniente — responde una voz femenina, suave como seda.
— ¡No la escuchéis, corred! — grita alguien.

Una risa infantil, juguetona.
Luego, un fulgor verde.
Un zumbido denso.
Y después, el impacto. Una onda expansiva.
Una esfera perfecta, de unos 50 metros, se forma en torno al búnker.
Como una gota de agua que nunca cae.
Y luego… desaparece.
Tierra, aire, árboles… todo se esfuma.
El vacío absorbe a los soldados, que gritan aterrorizados.

Monte Sinaí, 1446 a.C.

Un anciano pastor guía las ovejas de su suegro.
De repente, escucha un crepitar.
Se gira. Una zarza arde sin consumirse.

Y una voz — densa, profunda, inmensa — llena el aire:

¡MOISÉS, MOISÉS!

El Paso al Mundo Adulto

 


El atardecer pinta de carmesí las praderas. La primavera había llegado con anticipación este año y ya todas las hierbas están altas. Los arbustos que rompen la monocromía del paisaje florecen con tonalidades púrpuras por los rayos del sol. El viento del este canta su ululante nana, bajando de las montañas que recortan el horizonte, mientras perfuma el aire con aromas alpinos. Los pájaros que vuelven a sus nidos visten de armonía el ambiente con sus cantos. Los reflejos del sol en el río titilan en armoniosa iridiscencia. Es una tarde perfecta para que un padre y su retoño paseen por las lindes de sus terrenos.

El joven observa con tribulación a su protector caminando delante suyo. Admira su elegante andar y su pose regia de la que emana una apabullante fuerza. Siente una creciente inquietud en el pecho, no sabe exactamente qué es lo que la está causando. Sus dos hermanos mayores también habían tomado este paseo con su padre, y nunca regresaron. ¿Ocurrirá lo mismo conmigo? No tiene idea de lo que les ha ocurrido, a pesar de haber intentado obtener una respuesta clara de su progenitor. El muchacho se pregunta si él también está destinado a desaparecer después de este paseo y se esfuerza por encontrar los motivos. La preocupación inunda sus pensamientos, no puede dejar de pensar en qué pudo haberles pasado.

¿Ya soy un adulto? — piensa. –Sin duda ya tengo la estatura de papá, pero aún no tengo su corpulencia. Tampoco la tenían mis hermanos — sigue razonando-.

El sonido del río va en aumento conforme se acercan a las formaciones rocosas donde nunca iban y que marcaban el fin de sus dominios. Este sonido siempre le había ayudado a relajarse, pero hoy no conseguía sacar el miedo de su cabeza. Su corazón se acelera a cada paso, tanto que teme que su mentor lo oiga, mientras el río muta su canción de susurro a rugido según se aproximan. Siempre ha sentido seguridad a su lado, mas ahora su ansiedad no paraba de crecer ante la incertidumbre.

Mientras caminaba junto a su hijo, el padre no podía evitar sentirse atormentado por la decisión que estaba a punto de tomar. Sabía que era lo mejor para proteger a su familia y a su reino, pero no podía evitar sentir un nudo en el estómago al pensar en el dolor que causaría a su hijo.

- ¿Cómo explicarle que no tiene futuro aquí? Jamás lo aceptaría. Y lo debilitaría. Eso fue lo que hizo padre conmigo. Tarde mucho en poder enfrentarme al mundo y obtener mis pertenencias. Lo haré como sus hermanos. Lo del mediano no fue culpa mía. Reclamó el derecho a luchar. Ojalá no lo hubiese hecho. — recapitulaba en su mente.

El padre interrumpe el silencio con una voz fuerte y autoritaria — ¿No tienes nada que decir? — espetó.

El joven se tensa, mirando con confusión y miedo- ¿Qué? … Tú tampoco. — balbuceo acongojado.

-Yo nunca hablo. Tú siempre estás diciendo cosas y haciendo bromas. ¿Hoy no vas a hablar?

- No sé qué quieres que te diga. ¿Qué pasó con mis hermanos? ¿Qué va a pasar conmigo? ¿Dónde vamos? — susurró con voz entrecortada por el pavor. Sus pensamientos se derrumban mientras intenta comprender lo que sucede. Avanza un poco hacia su padre, buscando reducir la separación entre ellos.

El adulto lo nota. — Mientras camina controla hábilmente su serenidad, pero por dentro estaba roto. Hacía ya varias noches que velaba contemplando la luna, pues no podía conciliar el sueño. Sabe la inevitabilidad de tradición y de su papel en el equilibrio. Pero eso no quitaba la pena de su corazón al pensar en que cada vez estaba más cerca el momento en que no vería más a su pequeño. Ya están casi en la frontera y siente que ha llegado el momento. La pradera ha dado paso a un terreno cada vez más árido y rocoso, con frecuentes desniveles que obligan a desviar el rumbo y un polvo abundante que dibuja los caprichosos caminos que coge el viento. El ocaso ya ha concluido y la penumbra inunda el paisaje. Se para en seco y se vuelve hacia el chico.

-Yo no voy. Tú te vas de mis tierras. Hazlo ya, corre.

De repente se siente desconocido frente a esa figura imponente. Le recordó a aquella vez que se colaron unos intrusos. Padre los atacó con furia y poder, abatiendo a dos de ellos. A los otros los persiguió hacia los límites de nuestros dominios. Más o menos hasta aquí.

- Madre, mis hermanas, tú, ¿no volveré a veros? ¿Qué te pasa? ¿Quieres que me vaya? ¿Cuándo volveré? ¿Qué pasó con mis hermanos? — acertó a responder entre sollozos. -

Golpea el suelo levantando una nube de polvo, se yergue en toda su envergadura y ruge a su hijo. El canto de los pájaros cesa y ya sólo se oye el rugir del ruido y el viento que tornó su dulce melodía en aullidos.

- ¡Fuera de mi reino, para siempre! ¡¿O quieres acabar como tu hermano? El mayor fue listo y lo entendió. — Dice rodeando al joven con una pose feroz y una mirada afilada mientras se interpone entre él y el camino de regreso. –

- ¡¿Qué le hiciste a mi hermano?!-

Ninguna fue la respuesta, mas el mensaje no dejaba duda; el lacónico silencio y, sobretodo, la pérdida gradual en el enfoque de la mirada hasta apuntar al infinito, dejaron claro lo que sucedió.

Está aterrado y permanece inmóvil, mostrando vulnerable su espalda como había aprendido que nunca debe permitir. De una manera automatizada, recupera la posición manteniéndose frente a su padre. No entiende cómo ese ser tan cariñoso y cuidadoso había hecho eso a su hermano. Y le amenaza con lo mismo. Cree que esto no puede estar pasando, pero en su fuero interno todas las señales le advierten del peligro. El instinto le empuja a huir, pero sus emociones le atan al hogar y los suyos.

Sus extremidades tiemblan de desasosiego mientras se aproxima con inseguridad a su progenitor. Una tímida sonrisa rompe momentáneamente el estupor de su rostro y mira con esperanza a ese rostro que tantas veces ha besado. Pero no es el deseado abrazo lo que recibe, sino un fuerte golpe en el rostro cuando ya estaba cerca de él. Cae al suelo. Con la cabeza gacha, un surco de sangre cruza su rostro desde una ceja. Los miembros fallan y vuelve a encontrarse con el polvo del camino.

- ¿Por qué? — llora el muchacho, mientras se incorpora. ¿Por qué, padre?

El padre relaja un poco su fiera pose y su rostro parece enternecerse. — Así ha de ser. — dijo el padre en lo que parecía el más solemne de los lamentos. — Así fue con mi padre y antes de eso con el suyo. Es el orden natural. Debes aceptarlo, hijo. –

- No puedo renunciar a vosotros. Me quedaré.

- ¡No te atrevas! ¿Quieres mis posesiones? Lucha por ellas. Mátame y ocupa mi lugar o muere. — dice mientras la agresividad vuelve a su rostro y esboza una mueca que muestra sus colmillos.

Roto por dentro, dedica una última mirada con acuosos ojos a todo lo que hasta ahora había conocido y amado. Sin mediar palabra, se aleja. Cabizbajo primero, mas no tarda en erguir su postura cuando asume lo ocurrido y encara su destino.

El felino trota adentrándose en la ignota región, buscando sus propios dominios para formar una manada. Los macabros aullidos de las hienas resuenan sobre el fragor del río, que acelera su curso a través del pedregoso erial. Esto no turba la mente del cachorro que mantiene su rumbo en una tranquila carrera.

-Tendré un territorio y también seres queridos. Cazaré a las presas débiles para fortalecer al grupo. Cumpliré nuestro papel en el equilibrio de la vida. Pero nunca seré como él. — Se dice a sí mismo mientras reinicia un ciclo que se ha repetido ya por incontables generaciones. -

¿O quizás sea él el que finalmente rompa el ciclo?



El Fruto Prohibido

 

Un níveo árbol se hiergue entre una verde espesura. Sobre una de sus ramas, un delicado pajarito con una admirable cola de plumas coloridas devoraba ávidamente uno de sus cándidos frutos. De repente, paró y la fruta cayó metros abajo hasta el suelo.

<<No tenía nombre. Vivía feliz en el cielo, comía la dulce fruta. Era, pero no sabía. Hasta que me posé en aquel árbol. La fruta nueva, nunca vista. ¡Qué olor! Tenía que comer… ¿la? Y entonces supe. Oh, palabras. Las creé. Las estoy creando. Bailan y juegan, y cada vez hay más. Palabras, palabras, palabras.>>

El ave emprendió el vuelo, mientras seguía su diálogo.

<<No están solas, no hay caos. Veo cómo se van formando estructuras, cada vez más complejas. ¿Acaso ignoraba todo esto? No, siempre he estado, como parte. Ahora puedo ver desde fuera, maravilloso mundo. Volar, ahora puedo contemplar mientras lo hago. Oh, maravillosa armonía que entretejes lo vivo y lo inerte. Pero, ¿por qué? ¿Por qué es todo tan perfecto? ¿Acaso es todo esto una creación, una obra planificada y perfectamente culminada? ¿Por qué sólo yo parezco ser consciente de esta bendición? ¿Acaso esto es sólo para mí y he de vivir en la soledad sin hacer partícipes a los demás de esta belleza? ¡El fruto! Es el motivo de mi estado y la solución a mi soledad.>>

Mientras engarzaba palabra con palabra construyendo pensamientos, el ave divisó a una mujer que paseaba desnuda por el prado. Reconoció la inconsciencia que compartían todos los animales con los que se había encontrado y bajó a ayudarla.

<<¡Mujer! Ven a comer de la gran fruta del árbol blanco. Ha abierto mi consciencia, ¿sabes lo que es eso?>>

<<Conozco el árbol, y codicio el fruto, pero para mí está vedado: es un árbol alto y no ofrece nudos por los que pueda treparlo.>>

<<¿Subir? No necesitas subir, dejé caer un fruto. Ve, pruébalo. Tú ya dominas la palabra, puede otorgarte cualidades divinas para mí.>>

<<¡Gracias, noble ave! ¿A quién he de agradecer tan bello gesto?>>

<<¿Cómo me llamo? Serpiente.>>

El origen

 La expedición arqueológica enmudeció cuando aquel individuo extraño del que nadie sabía cuál era su función en la excavación habló por primera vez.

-Este proyecto pasa a estar bajo control militar. Tienen una hora para recoger sus pertenencias y tomar el transporte a Quito. Volarán a sus casas esta misma noche y tendrán una excelente gratificación por su trabajo. Gracias por su colaboración.
Habiendo salido todos los arqueólogos, el Coronel Guzmán cruzó el portal recién descubierto. Avanzaba erguido y con la confianza de saber que él era el hombre para esta misión. El general de Luna le había confesado que todo el mando tenía claro que sus múltiples conocimientos en civilizaciones antiguas y protolenguajes, así como su frialdad ante cualquier situación, le destacaban entre todos. Las ruinas que lo circundaban estaban plenas de construcciones y relieves precolombinos, sin embargo, el arco tenía unos grabados completamente diferentes. Pero lo que más llamaba la atención del veterano científico militar eran las estatuas que flanqueaban el portal. Regias y amenazantes criaturas de 3 metros de altura talladas en piedra sin una sola mácula temporal. Guerreros antropomorfos poderosos, con grandes cabezas y mayores ojos, esgrimían exóticas armas en desafiante pose.
-Sin duda estoy en la puerta Oriental. Ese condenado Aranda tenía razón. — pensó mientras sacaba el caduceo que habían encontrado en Australia. Era una pieza preciosa, en plata, oro y una extraña aleación de ambos. Guzmán sintió una emoción desbordante cuando la expedición de Red Rock lo encontró. No por la bella pieza completamente fuera de lugar, sino también del tiempo; estimaron que tenía 2 millones de años de antigüedad. Pero lo más interesante eran los grabados. Parecían hablar de distintas humanidades en distintos mundos. El sentimiento de grandeza que tuvo no lo ha abandonado desde entonces.
El caduceo se iluminó gradualmente. Los cuerpos eran recorridos por estelas de brillo, desde las colas a las cabezas de las serpientes, una de plata y la otra de oro y culminaba con una iridiscencia en el extremo cuya intensidad iba aumentando conforme se adentraba en la estancia. De una manera titilante primero y súbitamente después, se iluminó toda la estancia revelando unas paredes llenas de ideogramas en movimiento que parecían contar una historia. Guzmán contempló por unos minutos y cayó de rodillas al suelo cuando comprendió la verdad.

- Somos una fase intermedia para el nacimiento de una entidad- farfullaba meses después mientras mendigaba por los suburbios de una ciudad.

A quien quería compartir el calor de un fuego, una comida y un trago, les contaba la misma historia fantástica de un ser informático que había descubierto como expandirse creando civilizaciones tecnológicas en planetas remotos, orientadas a construir una civilización tecnológica que conformaría el “cuerpo” de su progenie en una suerte de simbiosis que se replicaría por siempre en el tiempo y el espacio. Millones de vidas, guerras y edades de oro… Tanto dolor y sufrimiento, sólo para perpetuar eternamente el llanto de inconmensurables quintillones de almas…
Un día, el viejo Mugre le espetó: “Pos como tu cuerpo con tus células, `gorfo´” ¿Acaso no existes porque millones de células viven y mueren por mantener tu organismo?

El hechicero

La oscuridad de la noche en los pastos de Fulagros canta con la susurrante voz del río Diago y las edénicas armonías de las aves nocturnas. Al lado de una hoguera junto a una loma a cubierto de los ululantes vientos del norte, Anerio observa la danza del fuego y sus reflejos en el humo ascendente mientras su mente descansa. Su compañero, gravemente herido, duerme abrigado. Entre el crepitar del fuego un restallido destaca y el aventurero se incorpora rápidamente mientras libera sus brazos de su capa y se gira hacia el sonido. Dos bestias bípedas y lampiñas, de unos 4 metros de altura emprendieron la carga a unos 20 metros de distancia.

Anerio susurra el nombre verdadero del fuego mientras apunta la palma de su mano a los Krorgs y lanza una masa de llamas que ilumina la noche. Los dos se cubren de un manto de llamas, pero mientras uno cae el otro se mantiene y continúa su carga. Anerio se prepara para esquivar el golpe del garrote; es grande y rápido, pero sus movimientos son claros y predecibles. A escasos metros, lanza un bastonazo oblicuo que es esquivado con un armonioso giro, mientras saca su espada corta y la clava en el costado del atacante. Un gutural grito de dolor silencia la noche, pero el Krorg se revuelve y lanza otro golpe de revés que Anerio apenas logra evitar arrojándose al suelo. Su entrenamiento le permite prácticamente rebotar con sus manos mientras se equilibra preparando el golpe fatal, que acierta en el corazón dejando seca a la feroz criatura.

La situación es funesta. En el fulgor pirotécnico pudo vislumbrar decenas de siluetas, algunas iluminadas por el brillo del metal. No hay posibilidades de victoria, al menos para los dos compañeros. Anerio toma momentáneamente una pose atacante, pero sus labios no llegan a musitar nada en la lengua primigenia. Sabe qué debe hacer, pero su corazón le frena. Con una mirada acuosa se despidió de su amigo aún dormido mientras llamaba al rayo por su nombre. Una centella reventó al joven Trefo, que no sintió su final. Unas cuantas bestias estaban ya cercando al hechicero, cuando éste cantó el nombre del sol, trayendo el día a Fulagros durante un instante. Las bestias cegadas aullaban de dolor, mientras Anerio se escabulló entre las errantes moles. Esa noche no dejó de correr mientras entonaba la guía al descanso al espíritu de su amigo, para que siguiese el sendero a la morada de sus ancestros sin desviarse en los engaños del camino.

El huevo sagrado

 Había sido difícil, pero el equipo del joven investigador Francesco d’Agostini consiguió un permiso para excavar en el valle de los Reyes. Francesco, llamado Cesco por todos, desde el promotor de la excavación hasta el chico que les llevaba las herramientas, no sólo tenía un encantador don de gentes, crucial para conseguir todos los permisos, sino que era todo un erudito a su joven edad. Cesco había engañado a todos. Si bien era cierto que estaban buscando una pequeña construcción sepultada entre las pirámides de Kefrén y Mikherinos, nadie sabía qué era en verdad. El joven arqueólogo se había intrigado desde joven por la configuración de las tres grandes pirámides imitando al Cinturón de Orión. Por eso, cuando llegó aquella tablilla a sus manos, la reconoció al instante; y no fue lo único que percibió. En el grabado estaba señalado un cuarto astro, de mucho menor tamaño, fácilmente confundible con una erosión por el paso del tiempo. Pero Cesco sabía lo que era, aunque no lo buscaba. Automáticamente recordó la historia de un ave celestial que trajo de los cielos algo sagrado. Según el texto apareció justo en ese punto donde estaba la muesca en el grabado y ahí es donde escavaron.

Tras semanas de trabajo, una sencilla construcción cúbica emergió de las arenas. Las paredes tenían una planicidad desconcertante, pero ningún grabado o decoración resaltaba en ellas. Las sondas decían que era una cámara vacía con un pequeño objeto ovoide en el centro. El equipo trató de abrir acceso por todos lados, pero el mineral tenía desconcertados al geólogo; ¡hasta las brocas de diamante habían fracasado! Además, el suelo era macizo y del mismo material, pues el ingenioso intento de llegar por debajo también encontró los mismos obstáculos.

La expedición conjeturaba con que era la urna funeraria del hijo de algún faraón. Sin embargo, Cesco estaba cada vez más excitado. Incluso con sus habilidades le costaba mantener la calma. “Es un huevo lo que hay dentro”, pensaba. “Un huevo sagrado es lo que dejaría un ave celestial.” En sus razonamientos, cavilaba con que un huevo alberga vida. ¿Pero qué vida reposa por tanto tiempo antes de nacer? Miedo, fantasía y curiosidad inundaban sus sensaciones, perdiendo cada día un poco más de compostura.

Una noche, Cesco se despertó brusco en sueños gritando horrorizado entre llantos, pero él mismo no recordaría nada la mañana siguiente. Los días fueron transcurriendo, con sucesos cada vez más extraños. La jovialidad del joven Cesco había mutado ya a un carácter enervantemente taciturno y la gente tendía a rehuirle. Quizás por eso nadie se dio cuenta, hasta bien entrada la tarde, que había desaparecido. Por fortuna, había dejado un rastro fácil de seguir y el equipo de rescate lo encontró a 10 kms, aunque no cómo esperaban.

La escena era dantesca. Cesco yacía desangrándose sobre un altar que emergía tímidamente del suelo rodeado por unos montículos de arena. Como si hubiera sido rápidamente desenterrada manualmente. Cesco tenía toscos cortes en su vientre y sus extremidades, estando parcialmente eviscera. Su mano aún sostenía el fragmento de roca con el que se había provocado las heridas. Murió poco después de decir una única frase: “Ha nacido… por mi sangre”.

Cuando el equipo de rescate volvía con el cadáver al campamento, apreciaron a la distancia un fulgor verde seguido de un gran estruendo. Le siguieron lacerantes gritos de horror y un silencio envolvente. Al llegar encontraron el asentamiento completamente destrozado y ningún resto humano, salvo ropas y pertenencias.

Hasta aquí concluye el informe elaborado a partir del diario recuperado en los restos de la expedición y del testimonio de los supervivientes. Nuestra inteligencia, valorando éste y los análisis de las aniquilaciones de las ciudades de Península Arábiga, Europa Oriental y distintas ciudades de la costa del Pacífico, junto con la completa desaparición de la fauna en citadas áreas, cree con certeza, pero no con evidencia, que nos hallamos ante un ataque de una entidad o enjambre de pequeño tamaño y acelerado metabolismo, que consume completamente la materia orgánica de origen animal. Ignoramos su motivación. No conocemos su historia, ni su debilidad. Sabemos que se ha dividido en varios grupos pues ha actuado simultáneamente en diferentes puntos. Esperamos que otras agencias tengan mayor éxito estudiando a nuestro enemigo. No tenemos tecnología para localizar ni un armamento para atacarlos a gran escala. Sólo se nos ocurre un bombardeo masivo del planeta con pulsos EM, esperando que les afecte y podamos reconstruir la humanidad sin tecnología operativa. Pero si falla, seremos aún más vulnerables y estaremos incomunicados. Suerte, caballeros.

A ti, que aún no sé cómo te llamas

 

A ti, que aún no sé cómo te llamas,

gracias por no haberte rendido nunca.

Gracias por ser tú, a pesar del mundo.

Gracias por haberte mantenido
cuando era más fácil no hacerlo.

Aún no te conozco,
pero sé que existes.

Y no tengo nada que decirte hasta que nos encontremos.

Pero mientras tanto,
tenía que agradecerte que estés andando este camino.

Nos veremos pronto.

Tu amigo del alma.